Todas las personas hemos tenido estos momentos como el que tuve hoy. Suelo guardar chocolate blanco en el congelador, y de vez en cuando, le parto un pedacito. Hoy puse más atención a la experiencia de lo normal. Me lo metí a la boca y sentí su temperatura cambiar lentamente mientras su consistencia se volvía más cremosa. De repente, esa textura vino acompañada de un sabor dulce, que me hizo cerrar los ojos, para luego morder algo que le dio un toque explosivo y crujiente al sabor: una almendra que le acabó de dar la consistencia perfecta para que haya sido una experiencia casi orgásmica y extasiante.
Ese es el placer. Viene en muchas formas distintas. En términos generales, se trata de la experiencia de sensaciones positivas o agradables de bienestar y satisfacción. Tiene muchas connotaciones sociales que cambian según el lugar y la época. Es una parte esencial de la vida que puede provenir de cualquier cosa, desde disfrutar un delicioso chocolate hasta bailar tu canción favorita. Suele asociarse principalmente con la sexualidad, sin embargo, esto puede limitar nuestra visión de su verdadero alcance.
Es habitual asociar la experiencia del placer con la satisfacción de una necesidad básica. Por ejemplo, cuando tenemos sed y tomamos agua, cuando tenemos mucha hambre y comemos, o cuando finalmente podemos ir al baño después de tener muchas ganas. Incluso situaciones más complejas, como compartir momentos con alguien cuando nos sentimos solos, o ver una película para combatir el aburrimiento, también nos brindan un tipo de satisfacción placentera. Incluso el arte, al permitirnos contemplar la belleza y expresar emociones profundas, puede satisfacer una necesidad espiritual y emocional.
En términos adaptativos, podemos asociar la sensación de placer con algún beneficio para la especie. Cuando sentimos placer, liberamos una mezcla de varios neurotransmisores como la oxitocina, la serotonina, endorfinas, y la más importante para hacer mi punto en este párrafo: la dopamina. Los procesos dopaminérgicos del placer están íntimamente relacionados con el sistema de recompensa del cerebro. La dopamina, un neurotransmisor crucial, se libera en áreas específicas del cerebro, como el Núcleo Accumbens, en respuesta a experiencias placenteras. Esta liberación de dopamina actúa como una señal de recompensa, reforzando comportamientos que son agradables y motivando su repetición. Por ejemplo, si tenemos hambre, sentimos placer al comer porque es la manera en la que nuestro cerebro refuerza el hecho de que estamos haciendo algo que nos va a ayudar a sobrevivir, y por lo tanto, es más probable que lo repitamos.
Existe mucha literatura filosófica, biológica y psicológica sobre el placer. Desde las teorías hedonistas, la Sukha budista, hasta el principio de placer de Freud, el placer ha sido el centro de discusión para explicar el comportamiento humano. Sin embargo, persiste una narrativa negativa que insiste en que el placer debe ser ganado a través del sacrificio, como si el disfrute y la satisfacción solo fueran merecidos después de un esfuerzo arduo. Frases como “no hay rosa sin espinas”, “el que quiera azul celeste que le cueste”, “no hay atajo sin trabajo”, y muchas otras más, son populares y refuerzan esta creencia tóxica sobre cómo las cosas no pueden ser placenteras solo porque sí.
Es momento de cuestionarnos: ¿por qué no? ¿Por qué el placer no puede simplemente ser aceptado tal como es? ¿Por qué tendemos a calificar como “demasiado bueno” lo que nos proporciona una gran satisfacción? Arrastramos una perspectiva que insinúa que rendirse al placer es indulgente o incluso pecaminoso, perpetuando así una cultura de culpa en torno a las experiencias placenteras. Esta dicotomía entre placer y sacrificio no solo restringe nuestra comprensión del bienestar humano, sino que también refuerza normas limitantes que pueden afectar nuestra capacidad de disfrutar y aceptarnos a nosotros mismos. Se menosprecia la validez y el valor del placer simple y directo. La vida nos ofrece muchas cosas para disfrutar sin necesidad de sufrir.
Cuando se aborda el tema del placer femenino, resulta evidente la carga automática de connotaciones sexuales que se le asigna al simple acto de mencionar las palabras “placer” y “femenino”. Estas connotaciones están profundamente enraizadas en implicaciones culturales y sociales que limitan la percepción y expresión del placer en todas sus formas. El placer femenino, en particular, parece ser un territorio de secretos prohibidos en nuestra sociedad. Estamos rodeados de normas y expectativas que restringen la expresión y el disfrute de la sexualidad y el placer por parte de las mujeres. Este estigma se manifiesta en la percepción de que el placer femenino es indecente, pecaminoso o incluso peligroso, perpetuando mitos y tabúes que pueden socavar la autoestima y la salud sexual de las mujeres desde una edad temprana. Esta enseñanza desde la infancia contribuye a una profunda desconexión con nuestro propio cuerpo y con el placer en general, generando barreras significativas para explorar y disfrutar plenamente de nuestra sexualidad y bienestar emocional.
Existe una profunda resistencia en el discurso sobre la sexualidad femenina dentro de la educación sexual, tanto en el ámbito escolar como en la sociedad en general. Este rechazo proviene de un miedo internalizado hacia las posibles “terribles” consecuencias de que las niñas y adolescentes conecten con su placer sexual. Se teme que una joven que explore su placer sexual pueda ser percibida como impura o perder su valor, además de temer que pueda perder el control y adoptar comportamientos riesgosos e inapropiados. Desde una edad temprana, se nos enseña a reprimir esta parte de nuestra experiencia, lo cual no solo afecta nuestra relación con el placer sexual, sino que también se extiende a todas las demás formas de placer que podríamos experimentar en la vida.
Es importante empezar a ver el placer de las niñas, adolescentes y mujeres como algo completamente natural, que es parte de nuestro sentido de supervivencia. Tenemos que tener conversaciones abiertas, para que las niñas y adolescentes no busquen ocultar sus experiencias sexuales o busquen satisfacción de manera clandestina, lo que puede ser perjudicial para su bienestar emocional y sexual. Debemos incluir al placer en la educación sexual desde la infancia, ya que nos proporciona una comprensión holística y saludable que ayuda a desmitificar y normalizar aspectos naturales del desarrollo humano, fomentando una actitud positiva y responsable hacia el propio cuerpo. Al entender que el placer es una parte natural y saludable de la vida, la juventud está mejor equipada para tomar decisiones informadas, respetar los límites de los demás y construir relaciones basadas en el respeto mutuo y el consentimiento.
Superar estos miedos y desafiar estos estigmas requiere un cambio cultural hacia una mayor educación sexual inclusiva, discusiones abiertas sobre la sexualidad femenina y una mentalidad que empodere a las niñas y adolescentes para que tomen decisiones informadas y saludables sobre su propio placer y bienestar sexual. Romper con este estigma es crucial para promover la equidad de género y el bienestar emocional, permitiendo a las mujeres explorar y celebrar su propio placer de manera libre y sin vergüenza.
El placer nos conecta con el aquí y el ahora al anclarnos en experiencias sensoriales y emocionales inmediatas, permitiéndonos estar plenamente presentes en el momento. Aceptar y abrazar el placer en nuestra vida diaria puede traer paz y mejorar nuestro bienestar y salud mental. Al permitirnos disfrutar de los momentos placenteros sin culpa ni restricciones, cultivamos emociones positivas, reducimos el estrés y fortalecemos nuestra resiliencia emocional. Integrar el placer nos conecta con una sensación de gratitud y alegría, enriqueciendo nuestra experiencia diaria y promoviendo una mayor armonía personal y emocional.
Nos piden no sucumbir al seductor placer, considerándolo una distracción que nos aparta del camino. Sin embargo, ceder al placer puede ser visto como una estrategia de supervivencia en sí misma. Nos permite liberar neurotransmisores que generan bienestar, ayudándonos así a contrarrestar el constante estrés de tener que funcionar en un sistema que parece diseñado para agotarnos y exprimirnos hasta la última gota de voluntad con el único propósito de sobrevivir. En este mundo, buscar y permitirnos momentos de placer se convierte en una forma crucial de autocuidado y resistencia.
Reconocer y valorar el placer como parte integral de nuestra experiencia humana nos empodera para desafiar las narrativas restrictivas que nos dicen que debemos sacrificarnos constantemente sin permitirnos disfrutar de la vida. Al aprender a integrar el placer de manera consciente y equilibrada en nuestras vidas, no solo mejoramos nuestro bienestar individual, sino que también desafiamos las estructuras sociales que perpetúan la idea de que el placer es indulgente o irresponsable.
Si tienes preguntas o necesitas asesoramiento sobre cómo puedes dar el primer paso para darle espacio al placer, tu mejor opción anticonceptiva, o si tienes dudas sobre el funcionamiento de tu cuerpo, ciclo menstrual o cualquier generalidad de tu sexualidad, no dudes en programar una consulta aquí.
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